lunes, 16 de marzo de 2015

Eclipse, el salvador de los antiguos navegantes

   
                             



No hasta hace mucho, para las culturas y pueblos los eclipses eran presagios de malos tiempos y desastres. Nuestros ancestros sentían un gran terror al ver la inmensa luna enrojecida, pensaban que los Dioses se sentían insatisfechos con sus obras y que pronto serían victimas de un gran castigo.

Esto se notó en primera instancia cuando los exploradores del viejo continente llegaban a las maravillosas tierras del Nuevo Mundo, los nativos americanos eran extremadamente devotos a sus creencias influenciadas por la naturaleza y su amplia concepción de un universo creado y gobernado por dioses sedientos de sangre y gloria.

Muchos sabemos de los viajes de Colón, pero muy pocos tienen conocimiento de una impresionante historia de este hombre que con el uso de su ingenio y un almanaque salvó la vida de él y sus hombres, y como si fuera poco se encargó de poner bajo su disposición a toda una tribu de americanos.

Cuenta la historia que en su cuarto viaje, en el que zarpó de Puerto de Cadiz el 11 de 1502 con cuatro embarcaciones (Capitana, Gallega, Vizcaya y Santiago d Palos) fue invadido por una plaga de termitas que destruyeron dos navíos obligando a tocar tierra en las costas de Jamaica el el 25 de junio de 1503.

Los isleños recibieron a Colón con mucha hospitalidad, le brindaron alimentos y refugio, las cosas andaban bien por algún tiempo hasta que después de estar varados casi seis meses, una parte de la tripulación se amotinó, asesinaron a algunos hombres, saquearon alimentos y secuestraron mujeres. Los nativos llenos de ira terminaron con la vida de los rebeldes que abusaron de su confianza y tomaron prisioneros a los marineros que nada tuvieron que ver con los altercados.

Todos fueron encerrados en una tienda para esperar la decisión del jefe de la tribu que discernía en la forma en la que iba a asesinar a los pobres inocentes. Pronto, Colón empezó a idear un plan para salvar la vida de su tripulación, como todo buen marinero contaba con el almanaque astronómico de Regiomontanus. Aquel libro contenía la información sobre todo fenómenos pasadero en la bóveda celeste desde 1475 a 1506. 

En una coincidencia casi mágica, Colón descubrió que un eclipse lunar iba a suceder el 29 de febrero de 1504, a cortos y agonizantes tres días. El almirante solicitó poder reunirse con el jefe de la tribu y le comunicó que su Dios estaba encolerizado por mantener a los marineros prisioneros, su ira era tal que en un periodo de tres días, la luna naciente iba a tornarse roja como la sangre. Con esta información en manos del cacique y considerando que la "Luna de Sangre" era considerada de mal presagio para su cultura, los sacerdotes y el jefe ordenaron mantener cautivos a los navegantes hasta que el día llegue.

Aquel día el sol empezaba a ponerse y una incompleta luna se posaba en medio del deslumbrante cielo, a penas en una hora las ahogantes tinieblas astrales revelaron a una gigante luna rojiza. El alboroto fue tal que los historiadores cuentan que los nativos se lanzaron al piso a revolcarse en la tierra producto del miedo de presenciar tal fenómeno. Presa del pánico, el jefe de la tribu insistió en prestar toda al ayuda que necesitaran los marineros, liberarían a los prisioneros, repararían el barco, lo llenarían de provisiones y estarían prestos de cumplir toda la voluntad del almirante si este le rezara a su gran Dios para que devolviera la luna.

Con gran sutileza, Colón se retiró a su camarote alegando necesitar algo de privacidad con su Dios para rogarle que perdonara la osadía del pueblo que tomó a sus consentidos como prisioneros, lo que en verdad hizo fue acudir a su almanaque y a un reloj de arena que él volteaba para sincronizarse con las diferentes etapas del eclipse y poder hacer creíble y convincente su audaz cabriola.

Después de unos momentos, Colón salió de su habitación para informar a los nativos que fue capaz de convencer a su Dios de que no los castigue, así que todos muy agradecidos y contentos se pusieron prestos a reconstruir las naves para que los visitantes vuelvan a su tierra y los dejen en paz. Los exploradores regresaron a casa el 7 de noviembre de 1504 con una increíble historia que contar.



Lo mismo le sucedió al capitán belga Albert Paulis el 18 de febrero de 1905 cuando él y su grupo terminaron siendo capturados en el centro de África por la tribu de los Mangbettu, unos caníbales de cuidar. 
Los prisioneros fueron torturados y estaban siendo preparados para servirse en un banquete dedicado al rey Yembio, recordando la historia de Colón, Paulis acudió a su almanaque donde se percató que un eclipse estaba a punto de suceder.
Exigió ser llevado ante el rey, y con la ayuda de un cuchillo se cortó la mano y advirtió que cualquier herida a él o a los miembros del equipo heriría también a la luna, así que matarlos sería matar la luna. Al escuchar esto los brujos locales se hecharon a reír pero el rey se quedó un poco preocupado por las palabras del capitán, mandó a encarcelar a todos hasta el siguiente día.

Cuando llegó la noche los asustados exploradores fueron testigos de un gran alboroto provocado por los caníbales, más temprano que tarde fueron llevados todos frente al rey que al ver la luna completamente roja tenía a un lado de su trono las cabezas aún frescas de los brujos. El rey rogó a Paulis que restaurara la luna ya que si seguía sangrando, esta iba a ahogar a todos.

Aprovechando la ocasión, el capitán solicitó que todos los prisioneros fueran liberados y con un gran grito en el medio de la sala real ordenó al satélite que volviera a tomar su color original.

El equipo de Paulis fue liberado y nadie terminó servido en la cena del rey.

En definitiva, los navegantes a más de ser bendecidos con las agallas para afrentarse a lo desconocido, son poseedores de una gran determinación y perspicacia, y porque no decirlo también; una inmensa suerte 

Desde mi amada Dite, un saludo...



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