viernes, 27 de febrero de 2015

La mandíbula de Hitler



Grupos de soldados soviéticos, de uniforme verde con insignias rojas, cantaban y tomaban cerveza, celebrando el final de la guerra. Era Berlín, en los primeros días de junio de 1945. A pesar de la destrucción y la matanza, la capital del ya para entonces Tercer Imperio era una ciudad agitada y activa, llena de políticos, diplomáticos y militares de las potencias aliadas, que negociaban contrarreloj los términos de la ocupación y el reparto de los poderes. Los soldados mientras tanto descansaban y celebraban, después de casi seis años  de una guerra en que habían muerto cincuenta y cinco millones de personas.

En uno de esos grupos de soldados (oficiales de inteligencia, comunicaciones y traducciones), una joven mujer de 25 años y pelo obscuro recogido hacia atrás, se destacaba tanto por su belleza como por su actitud: se mantenía sobria y alerta, incluso tensa, y no se separaba ni un instante de una caja de perfume, forrada de satén rojo, que no dejaba que nadie tocara. Cuando sus amigos y camaradas le preguntaban qué llevaba en ella, jamás respondía.

¨Nunca le conté a nadie¨, relató hace poco Elena Rzheskaya, de 85 años de edad, al celebrarse el sexagésimo aniversario del final de la Segunda Guerra Mundial.  Y agregó: ¨Me prohibieron que hablara y, claro, no hablé. Ni una palabra a nadie. Era un asunto entre Stalin y yo¨.

Todo había empezado tres años antes, cuando tras la muerte de su marido en combate, Elena se alistó en el cuerpo de traductores del ejército rojo. Ascendió con rapidez, en virtud de su eficiencia y sagacidad, y pronto le fueron confiadas ¨misiones delicadas¨: en su expediente consta que durante el avance de las tropas soviéticas hacia el Oeste, atravesando Bielorrusia, Lituania y Polonia, obtuvo ¨información valiosa¨ de oficiales nazis con los que se relacionó gracias a su fluidez en el idioma alemán.
En la primera semana de mayo de 1945, al difundirse la información de que Adolfo Hitler se había suicidado el 30 de abril en su búnker bajo la cancillería, Elena Rzheskaya fue enviada de urgencia a Berlín, con una misión muy concreta: conseguir una prueba concluyente de que el Führer en efecto estaba muerto. Y es que, además de la versión de su suicidio, también circulaba el rumor de que había logrado escaparse y cruzar las lineas aliadas hacia Occidente.

Con órdenes y salvoconductos firmados de puño  letra por Stalin, Elena cruzó todos los controles en medio de las ruinas humeantes de Berlín, hasta que llegó a la cancillería. Fue una de las primeras personas en entrar al búnker. Allí, según su relato, ¨vi el cadáver del doctor Goebbels, de Magdalena, su mujer y de sus seis hijos¨.Elena estaba en el búnker cuando en un patio de la cancillería fueron encontrados dos cadáveres, que aparentemente eran de Hitler y su mujer, Eva Braun. Pero una semana más tarde, el 9 de mayo , los médicos forenses no habían podido confirmar si uno de esos cuerpos calcinados era el del Führer.

Fue entonces cuando Elena, ayudada por el coronel Vasily Gorbushin, se puso a buscar al dentista de Hitler. No lo encontró, pero si a un asistente y a un técnico del consultorio, quienes, con radiografías y moldes, confirmaron que el cadáver era de Hitler. La siguiente orden que recibió Elena rotunda: debía apresar a los dos dentistas y enviarlos a Siberia (jamás volvió a saberse de ellos), confiscar las radiografías y los moldesy , sobre todo, arrancar las mandíbulas, los dientes y una parte del cráneo y llevarlos personalmente, en secreto máximo a Moscú.

Relata Elena: ¨Stalin ordenó ocultar las pruebas de que Hitler había sido encontrado. Quería confundir al enemigo, hacerle creer a los occidentales que Hitler seguía vivo y, además lograr que el pueblo soviético pensara que el malvado mundo capitalista había rescatado a al Führer y le estaban dando refugio. Añade Elena:¨Sí, en la caja roja de satén yo llevaba la mandíbula y los dientes de Hitler. El pedazo de cráneo, con un agujero de bala, se lo llevó el coronel Gorbushin¨.

Los restos del dictador alemán-excepto los fragmentos arrancados- fueron llevados en secreto a Magdeburgo, Alemania Oriental, donde fueron enterrados bajo planchas de cemento en una base militar. Stalin murió en marzo de 1953, pero Elena, que siempre había querido ser escritora, no recibió permiso para revelar su secreto en un libro que quería publicar  ¨Pasaron los años y abandoné la idea del libro: la censura comunista nunca me lo permitió¨. Finalmente cuando cumplió 85 años, Elena le contó su historia a la prensa rusa. ¨No podía llevarme a la tumba un secreto así¨.
                     
                                                                                                                            (Jorge Ortiz)

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